Nuevas Ideas, el partido político creado ad hoc por el presidente Nayib Bukele, cosechó en las pasadas elecciones legislativas de febrero el 78 % de los votos en Ciudad Arce, un municipio de 72,000 habitantes. Un periodista fue a la que hoy por hoy es ciudad más bukelista del país para tratar de comprender qué es eso del bukelismo.
Texto, investigación y fotos: Roberto Valencia
—Esto del bukelismo va fuerte –dice Julito, la resignación incrustada en cada palabra.
Julito es Julio Edgardo Hernández Linares, 34 años, profesor en una escuela rural y militante de toda la vida del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional, el FMLN. Fue candidato a alcalde en las elecciones del 28 de febrero de 2021 y resultó vapuleado por Nuevas Ideas, el partido político creado por Nayib Bukele, el presidente de El Salvador.
Durante más de una hora de entrevista en su modesto despacho en el Complejo Educativo Cantón Veracruz, Julito hablará feo sobre Bukele y del daño que está haciendo a la institucionalidad, para terminar aceptándome que cree que hay Bukele para mucho más allá del 1 de junio de 2024, cuando finaliza el quinquenio para el que fue elegido. Lo cree, dice, porque está siguiendo a rajatabla el manual de Hugo Chávez Frías, el finado expresidente de Venezuela, el responsable de que exista la palabra chavismo.
—Esto se lo digo con todo el dolor de mi alma, porque yo soy muy seguidor de Chávez… pero Bukele está haciendo lo mismo –dice Julito, la resignación incrustada en cada palabra.
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Los acuerdos que pusieron fin a la guerra civil en El Salvador se firmaron en 1992. La guerrilla del FMLN se convirtió en el partido homónimo y de inmediato devino la fuerza antagónica de la derechista Alianza Republicana Nacionalista, ARENA. Entre 1994 y 2018, en todas y cada una de las elecciones presidenciales y legislativas celebradas, ARENA y FMLN se alternaron como primera y segunda fuerzas, casi siempre con un mar de por medio con el resto.
Durante un cuarto de siglo, el sistema político-partidario salvadoreño fue uno de los más estables de Latinoamérica, con el tándem ARENA-FMLN como ancla. Hasta la irrupción de Bukele. En las presidenciales de 2019, el candidato de 37 años logró que el 53 % de los salvadoreños votaran por GANA, un pequeño partido de derecha que le permitió inscribirse en el último minuto.
En las legislativas de febrero de 2021, tras 21 meses en el poder, Bukele consiguió que el 66 % del país vote por Nuevas Ideas (NI), su partido. Un tsunami cian –el color que los identifica– que redujo a ARENA al 12 % de las preferencias; y al FMLN, al 7 %. Algo inconcebible apenas cinco años atrás.
Acercar la lupa resulta aún más sorprendente. En Ciudad Arce, un municipio pujante del departamento de La Libertad ubicado a mitad de camino entre la capital San Salvador y Santa Ana, la segunda ciudad más grande del país, NI cosechó el 78 % de los votos.
Un partido que se presentaba por primera vez sedujo a cuatro de cada cinco arcenses y dinamitó el que parecía ser el orden establecido: en las nueve elecciones municipales entre 1994 y 2018, los arcenses otorgaron seis veces la alcaldía a ARENA, y las otras tres, al FMLN.
“En 30 años la gente como que no vio esos cambios que la comunidad necesitaba”, dice Noé Rivera, el nuevo alcalde de Nuevas Ideas. “Surgió ese fenómeno a nivel nacional, el fenómeno Bukele, y todas las personas estaban como con esa emoción, porque queríamos cambios reales; en mi caso, ni siquiera había votado nunca”.
Ciudad Arce no es un pueblito. Con 72,000 habitantes, sólo hay 20 municipios más poblados en toda la República. Hoy por hoy es la ciudad más bukelista, un lugar que ameritaba ser visitado para esta crónica.
Ciudad de Arce, El Salvador.
Ciudad de Arce, El Salvador.
Dice el diccionario de la Real Academia Española, la RAE, que el sufijo -ismo se utiliza para formar sustantivos que suelen significar doctrina, sistema, escuela o movimiento. La última centuria ha sido prolija en la creación de estos sustantivos a partir de líderes políticos. En el diccionario regio aparecen castrismo, por Fidel Castro; peronismo, por Juan Domingo y Eva Perón; estalinismo, por Iósif Stalin; o franquismo, por Francisco Franco.
En la conciencia colectiva, los apellidos en –ismo son, por lo general, acepciones del autoritarismo. Palabras de uso habitual como uribismo, por Álvaro Uribe; orteguismo, por Daniel Ortega; o chavismo, por Hugo Chávez, son usadas para nombrar ideologías autoritarias que sobreviven partidos políticos, candidatos, cambios de gobierno, décadas. Hay excepciones: basta guglear palabras como mujiquismo, por Pepe Mújica; o merkelismo, por Angela Merkel, y comprobar que hay decenas de miles de entradas.
Bukelismo, por Nayib Bukele, también es una palabra cada vez más extendida en El Salvador y fuera de. Bukelismo, bukelistas, antibukelistas. Hay quien empieza a escribirlo con q: buquelismo. Pero Bukele –un mandatario que acumula sobradas muestras de autoritarismo– lleva poco más de dos años como presidente de un pequeño y geopolíticamente irrelevante país centroamericano.
¿Con qué connotaciones los salvadoreños usan el bukelismo? ¿Por qué El País, uno de los diarios referenciales de habla hispana, usa la palabra bukelismo en sus notas? ¿El bukelismo es un sistema político sin par? ¿Es una moda con fecha de caducidad o tiene potencial para terminar en los libros de historia y hasta en los diccionarios como la RAE?
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El presidente Nayib Bukele nunca ha visitado Ciudad Arce, como político al menos. Cero inauguraciones, cero mítines, cero reuniones de trabajo.
De entrada, cuesta comprender por qué el 28 de febrero los arcenses fueron los salvadoreños que más respaldaron a Bukele en las urnas. Con nueve formaciones políticas en el menú aquel día, cuatro de cada cinco eligieron Nuevas Ideas.
Francis Corona tiene 31 años y administra un motel llamado Hostal Villa Serena, a una cuadra al poniente del parque Central. Junto a un grupo de amigos, se involucró de lleno en la creación de la primera célula de apoyo a Bukele en el casco urbano. “Antes a mí me valía la política, fue por Bukele que yo creí en la política por primera vez en mi vida”, dice. “Al principio, todo esto subió a pura voluntad ciudadana”.
Bukele oficializó su candidatura a la Presidencia el 15 de octubre de 2017, apenas unos días después de que el FMLN lo expulsara de sus filas. Aquella noche dijo que competiría al frente de un “movimiento ciudadano” surgido de la nada, bautizado luego como Nuevas Ideas. Ese movimiento se nutrió de miles de entusiastas como Francis. Trabajadores sin remuneración alguna.
La recogida de 50,000 firmas que la legislación salvadoreña exige para crear un partido político arrancó el último fin de semana de abril de 2018. Cientos de puntos de recolección se instalaron en todo el país, pero ni uno en Ciudad Arce. Durante la primera jornada, un viernes, a Francis y a sus amigos les tocó acarrear a los simpatizantes hasta San Juan Opico, a 15 kilómetros.
El interés fue tal que para el siguiente día se instalaron mesas en Ciudad Arce, recuerda Francis Corona con un dejo de orgullo. “Había tanta gente movilizándose a Opico que para el sábado ya se pudo firmar acá”, confirma el alcalde Noé Rivera.
El respaldo al ‘fenómeno Bukele’ fue transversal, desde todos los sectores sociales, pero la juventud fue la que más se involucró en Ciudad Arce y en todo el país.
Aun así, para las presidenciales del 3 de febrero de 2019, la candidatura de Bukele sólo obtuvo el 58 % de los votos entre los arcenses. Cinco puntos por encima del promedio nacional aún lejos del 78 % que alcanzaría en las legislativas de 2021.
Dicen que el ejercicio del poder desgasta, pero eso no aplica para los dos primeros años de Bukele al frente del Ejecutivo. La consolidación del bukelismo como fenómeno político, hasta lograr niveles casi surrealistas de apoyo a su gestión entre los salvadoreños, ha ocurrido entre 2019 y 2021, mientras gobernaba. En todo el país y, por supuesto, en Ciudad Arce.
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Bukelismo es un concepto en gestación. Puede que nunca termine de cuajar, o puede que sí, pero que lo haga con un significado hoy por hoy es insospechado. Este texto no pretende definir el bukelismo porque parte de la base de que no es el momento para esa definición. Pero resulta interesante escuchar distintas voces, desde distintas trincheras.
René Portillo Cuadra es diputado y jefe de la fracción legislativa de ARENA, que si bien está reducida a los huesos, sigue siendo la principal fuerza de oposición en la Asamblea, el órgano legislativo de El Salvador. Portillo Cuadra dice de Bukele que es un populista de manual, y su ascenso fulgurante lo atribuye a que logró convencer a los salvadoreños de que “iba a combatir la corrupción, eliminar la pobreza, dar empleo a la gente… y la gente se lo compró”.
Como opositor partidario, cree que los salvadoreños más temprano que tarde abrirán los ojos y que la popularidad de Bukele –que no niega– caerá tan rápido como ha subido.
“Todo mundo asocia la palabra bukelismo con la tiranía, con la dictadura –dice–, tanto es así que los simpatizantes no utilizan esa palabra”.
Eso último no es del todo cierto. Walter Araujo, una de las voces más sonoras y agresivas del entramado propagandístico pro-Bukele, un personaje que no es diputado por NI sólo porque una resolución judicial bateó su candidatura, llama bukelismo al proyecto político liderado por Bukele. Su primer tuit con esa palabra, para anunciar “al menos 25 años de Bukelismo”, se remonta al 15 de abril de 2021.
El oficialismo, poco a poco, está tratando de adueñarse de la palabra, tras algunas reticencias iniciales.
“No se ve qué legado va a dejar este gobierno y estamos a la mitad del mandato”, dice Marvin Aguilar, antropólogo cultural y un habitual en las tertulias de televisión y radio. Aguilar apoyó con entusiasmo la creación de Nuevas Ideas, e incluso compitió por una de las candidaturas a diputado, pero fracasó en las primarias y desde entonces se ha vuelto más crítico.
El antropólogo Aguilar sí utiliza las palabras bukelismo y bukelistas en sus escritos y argumentaciones porque ya están muy extendidas, dice, pero prefiere esperar a las presidenciales de 2024 antes de aseverar que es un fenómeno político que ha llegado para quedarse.
“Te diría que el bukelismo es una fusión de autocracia y populismo”, improvisa tras mi insistencia.
Todavía más cauto es Álvaro Artiga, catedrático de la universidad jesuita, la UCA, y uno de los politólogos más reputados del país: “No me atrevería a decir que haya un bukelismo en este momento; creo que eso es como querer anticiparse a un escenario probable”.
Para Artiga, el gobierno de Bukele es inequívocamente autoritario, pero con un matiz fundamental: el régimen no lo es. En sus palabras: “Con la reforma política de 1992 en El Salvador se instauró un régimen híbrido, que mezcla elementos democráticos con un ejercicio autoritario del poder, y eso ha sido así desde el primer gobierno de ARENA. Con Bukele no se ha alterado ese régimen híbrido en su lógica de funcionamiento, diría yo; lo único es que ahora hay una concentración de poder en el gobernante y como que parece más visible, mientras antes había un reparto entre los dos partidos mayoritarios, pero la maquinaria funciona igual”.
Bukelismo es un concepto en gestación. Acumula 16,600 entradas en el buscador de Google mientras escribo estas palabras. Y cada vez serán más.
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El jueves 25 de febrero de 2021, tres días antes de la cita con las urnas, el Ministerio de Educación convocó a los estudiantes de segundo y tercer año de bachillerato del Complejo Educativo Cantón Veracruz –y a sus madres o padres– para entregarles una computadora. Es la escuela en la que enseña Julio Linares, Julito, el candidato efemelenista. “En mi cara lo hicieron, ¿pero yo como maestro qué podía hacer? ¿Pedir que las rechazaran? ¡No! Yo conozco las necesidades acá”, dice entre sonrisas de resignación. Julito sonríe seguido.
“Me robaron las elecciones”, exagera. Con poco más de 2,000 votos en las municipales de Ciudad Arce, el FMLN quedó incluso por detrás de ARENA, que obtuvo 3,400. En contraste, más de 17,000 arcenses respaldaron al candidato del partido de Bukele, el alcalde Noé Rivera.
Las pocas docenas de laptop que se repartieron en tres escuelas no explican unos resultados tan contundentes, pero lo sucedido ilustra que Bukele no tiene pudor en usar con malicia la administración pública para beneficiar a su partido.
El propio Julito reconoce, en otra respuesta, el impacto brutal del bukelismo en Ciudad Arce, sobre todo entre la juventud: “Los estatutos del FMLN exigen que el 25 % de la planilla para el concejo sean jóvenes, y yo no pude llenarlo; o sea, entre 70,000 habitantes, el partido no logró convencer a tres o cuatro jóvenes para que fueran en mi planilla”.
Julito está convencido: él no perdió las elecciones contra Noé Rivera, sino contra Nayib Bukele.
El alcalde Noé Rivera admite y celebra el influjo de Bukele en su triunfo electoral, pero cree que su papel como líder emergente local también merece créditos: “Nuevas Ideas no ganó las alcaldías de los 262 municipios; yo creo que en Ciudad Arce influyó la organización y el trabajo territorial que hicimos”.
También le pedí que improvisara una definición del bukelismo, palabra que no le gusta; prefiere llamarlo ‘fenómeno Bukele’. “Básicamente, es la idea de una persona que vino a trabajar por el pueblo; a ver, todos los políticos dicen que van a trabajar por el pueblo, pero cuando llegan al poder, se encierran en sus despachos, mientras Nayib Bukele sí vino a revolucionar toda la política, porque es un hombre que despertó las esperanzas de todo un pueblo, y eso es algo grandísimo”, dice.
La divinización de Bukele ya está pasando factura al propio alcalde Noé Rivera. En los tres días que estuve en Ciudad Arce, escuché airadas quejas de arcenses que habían votado por Nuevas Ideas, pero que acusaban feo al alcalde de no hacer obra alguna en sus primeros cinco meses. “Las exigencias del pueblo son más ahora”, se limitó a responderme.
Es una situación extraña ya que el gobierno central está recortando los fondos que transfiere a las alcaldías, llamados fondos FODES. En municipios como Ciudad Arce, ese dinero era imprescindible para financiar obras.
Hay un malestar creciente entre los arcenses que apoyan a Bukele pero, por lo conversado en el mercado, en los parques y en las calles, ese malestar de momento se dirige exclusivamente contra el alcalde y no contra el presidente.
“El dinero no nos alcanza, definitivamente”, dice el alcalde Noé Rivera.
Nayib Bukele, presidente de El Salvador.
De boca de los expertos entrevistados para esta crónica surgieron comparaciones de Nayib Bukele con Daniel Ortega, con Donald Trump, con Jair Bolsonaro, pero la más recurrente fue con Hugo Chávez, con Venezuela, con el chavismo.
No deja de ser curioso.
El Salvador rompió relaciones diplomáticas con la República Bolivariana de Venezuela en noviembre de 2019, y reconoce como presidente a Juan Guaidó, no a Nicolás Maduro. Investigaciones periodísticas también han destapado que asesores clave de la oposición venezolana, como Lester Toledo y Sara Hanna, han trabajado o trabajan para Bukele.
“Si se reeligiera en 2024, algo que la Constitución salvadoreña no permite, sí estaría siguiendo los mismos pasos que el chavismo”, dice el antropólogo Marvin Aguilar.
“El apoyo que tiene el presidente acá es impresionante; eso es una nota diferente a lo que ocurrió en las décadas anteriores, pero ese hecho no supone que esto ya sea un régimen totalitario, como sí lo es Venezuela”, dice el politólogo Álvaro Artiga.
“Creo que es demasiado temprano para saber si Bukele será en El Salvador tan duradero como el chavismo en Venezuela, pero lo que ya es un hecho es que en el país están desapareciendo la transparencia y el acceso a la información pública”, dice Tim Muth, un abogado estadounidense de 60 años que, en su blog ‘El Salvador Perspectives’, analiza la realidad salvadoreña desde hace casi dos décadas.
Opiniones.
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El dinero alcanza si nadie roba. Esa fue una de las frases acuñadas por Nayib Bukele mientras estaba construyéndose como la alternativa al tándem ARENA-FMLN, una de las que más caló entre el electorado. Pero al alcalde de la ciudad más bukelista el dinero no le está alcanzando para las obras que sus vecinos le demandan, y asegura que nadie roba en su administración.
El año 2021 arrancó con una ley vigente que otorgaba a las 262 alcaldías el 10 % del presupuesto general de la República. La nueva legislatura, con aplastante mayoría de Nuevas Ideas, inició labores el 1 de mayo y ya trabaja una reforma a la Ley FODES –enviada desde Casa Presidencial– que permitirá al gobierno central reducir la asignación al 1.5 %, además de crear una institución centralizada que coordinará las inversiones en los municipios.
“Con la reforma al FODES algunos alcaldes quizá no comprenden por qué el presidente toma ese tipo de decisiones, pero esto de alguna forma es como la fe: si usted cree en una persona, usted apoyará a esa persona en las buenas y en las malas, ¿verdad?”, dice el alcalde Noé Rivera.
Para Bukele y para su popularidad la reforma es un ganar-ganar. Su administración transferirá menos dinero a las alcaldías, y tres cuartas partes de lo que transfiera se manejará desde San Salvador, con lo que podrá atribuirse el mérito de esas obras, inversiones, inauguraciones.
El alcalde Noé Rivera ha optado por la resignación: “Mi alcaldía no es autosostenible, pero comparto la visión del presidente sobre el FODES”. Para cuadrar su presupuesto y poder manejar algunos fondos para obras, dice que aumentará las tasas e impuestos municipales a los arcenses, lo que no ayudará a amortiguar el malestar creciente hacia su gestión, hacia su persona.
Los asesores de Bukele se esmeran por mantener alta la popularidad del presidente, y las cifras indican –de momento al menos– que no les está yendo mal.
Francis Corona, aquel joven que junto a sus amigos se involucró de lleno en el nacimiento del movimiento Nuevas Ideas, terminó desencantado del proceso de creación del partido y más aún de las personas que asumieron las riendas en el municipio, incluido el alcalde Noé Rivera.
“Yo fui un devoto y ya no lo soy, pero prefiero que siga Bukele a que regresen ARENA o el FMLN”, dice Francis Corona. Y redondea la idea con una metáfora: esos partidos exprimieron el país como si de una naranja se tratara, el jugo se lo bebieron entre ellos y sus allegados, y ni el bagazo dejaron. En las legislativas del 28 de febrero votó por Nuevas Ideas.
La simple existencia de los viejos partidos cohesiona.
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Bukelismo, palabra en gestación. ¿Una moda con fecha de caducidad, o capaz y termina algún día en el diccionario de la RAE?
Aquí una recopilación de lo que está pasando en El Salvador desde que Nayib Bukele asumió la Presidencia de la República:
Uno: hay una inequívoca apuesta por potenciar la figura de Bukele como líder mesiánico. Todas las propuestas políticas, comunicacionales y hasta simbólicas que emanan del gobierno, giran a su alrededor a niveles surrealistas, y los funcionarios afines al bukelismo de los tres poderes parecen competir por quién es más zalamero.
Dos: según se critique a Bukele desde posiciones de izquierda o de derecha, rápido aparecen comparaciones con el trumpismo o el bolsonarismo, o con el orteguismo o el madurismo, respectivamente. Pero todas esas comparaciones tienen un punto débil: Bukele goza de una aceptación entre los salvadoreños que para sí hubieran querido todos esos apellidos. Algún día cambiará, mucho o poco, el tiempo lo dirá, pero el respaldo abrumador de sus gobernados tras más de dos años de gestión es un elemento diferenciador.
Tres: la visión autoritaria de Bukele se ha concretado en la militarización de la Asamblea, en la remoción del fiscal general y de la Sala de lo Constitucional, en la jubilación forzosa de cientos de jueces, en el encubrimiento de la corrupción y el nepotismo de sus allegados, en sus ataques el periodismo crítico, en la toma de instituciones contraloras, en el ocultamiento de información pública, en… En general, Bukele ha demostrado que tiene serios problemas con el Estado de derecho, con la democracia.
Y cuatro: en la primera mitad de su quinquenio, Bukele ha logrado tejer una poderosa y costosa red de propaganda y adulación, que incluye periódicos impresos, radios, noticieros y webs; cadenas de televisión privadas que han vendido docilidad a cambio de pauta; bombardeo publicitario en paraderos, autobuses, marquesinas y etcétera; y, por supuesto, la fortaleza en redes sociales que lo acompañó desde el inicio de su aventura presidencial, con youtubers, tuiteros, tiktokers o instagramers alabándolo noche y día, a veces gratis, a veces no.
Con todo esto sobre la mesa, de nuevo: ¿el bukelismo es en sí mismo una doctrina política sin par? Quizá. Dicen que por una buena crónica periodística no pasa el tiempo, que puede leerse cuatro meses, tres años o dos décadas después de su publicación, y a ese futuro lector le resultará igualmente atractiva, no desfasada. Esta crónica renunció de entrada a ser imperecedera. Si alguien se animara a leerla dentro de equis lustros, lo haría sabiendo si el bukelismo cuajó o no en algo singular; y si sí lo hizo, ya se sabrá qué tan cerca está de la palabra dictadura.
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—Esto del bukelismo va fuerte –ha dicho Julito, la resignación incrustada en cada palabra.
Tiene 34 años, es profesor en una modesta escuela rural en el municipio más bukelista de El Salvador y está convencido de que perdió las elecciones contra Bukele, no contra el alcalde Noé Rivera. Julito es un efemelenista de toda la vida.
—En la guerra mi familia estuvo con el FMLN –me dice–. Y en las primeras elecciones, mi abuela era la encargada de hacer las ollas de engrudo para la pinta y pega de afiches… Yo iba en las brigadas que las colocaban con 7 y 8 años.
Luego suelta eso de que Bukele está replicando en El Salvador, a su manera, lo que su admirado Chávez hizo en Venezuela: aprovechar el respaldo popular masivo para desmantelar la institucionalidad democrática.
Unas semanas después de mi plática con Julito, la Corporación Latinobarómetro publicará su Informe 2021, en el que El Salvador y Bukele tienen un rol protagónico.
“El Salvador es un candidato serio a transformarse en una autocracia populista, con altos niveles de apoyo del pueblo. Algo parecido a las características iniciales de Hugo Chávez”, se lee en la página 23.
En su despacho en una escuela rural del cantón Veracruz de Ciudad Arce, Julito ha llegado a la misma conclusión que los sesudos analistas del Latinobarómetro.
El matiz fundamental es que para Julito, el chavismo sigue siendo un modelo a seguir. Le pregunto por qué rechaza la deriva autoritaria de Bukele si cree que está siguiendo los pasos de Chávez.
—¡Sencillo! Chávez dijo siempre que iba a ser socialista y sus acciones iban con los hechos: Misión Milagro, Gran Misión Vivienda, Misión Robinson… Este Bukele es uno de derecha.
Este reportaje forma parte de AQUÍ MANDO YO, un proyecto transmedia de Dromómanos en colaboración con diversos medios de comunicación latinoamericanos, entre ellos Divergentes. Visita el micrositio para ver todo el proyecto y entender el autoritarismo en América Latina.